En la década de 1920, los sectores sociales privilegiados tuvieron acceso a un conjunto de herramientas y máquinas novedosas “y de moda”, que el tiempo luego permitió ‘alcanzar’ a otros sectores sociales. Nos referimos a artefactos tales como el automóvil y el teléfono, el excusado, los refrigeradores, estufas, aspiradoras, planchas eléctricas; objetos tan comunes hoy en día que cuesta trabajo imaginar cómo fueron recibidos y usados cuando eran algo totalmente novedoso.
Asimismo, aparatos como los fonógrafos y los radios se tornaron cada vez más usuales, pero en los lugares donde continuaron siendo escasos, permanecieron como centro de las reuniones en espacios abiertos, principalmente en pequeños pueblos mexicanos. El propietario de un radio lo compartía con la comunidad a la que pertenecía, era como si ese aparato perteneciera a todos o a muchos. En estos lugares no se concebía que un artefacto tan novedoso y especial, fuera de utilidad sólo para unos cuantos, y su uso generaba la convivencia y la reflexión colectiva.
El cine llegó a México en el periodo porfirista, y muy pronto conquistó numerosos adeptos.
En sus inicios fue principalmente documental, y permitía mostrar hechos de la vida diaria o eventos “extraordinarios”. Más adelante, los gobiernos de la Posrevolución, como los de Obregón y Calles, emplearon el cine “para promover- se, fomentar un nuevo nacionalismo revolucionario y engrandecer México a los ojos extranjeros”. En 1930 había 830 salas de cine en el país, y el 90 por ciento de las películas que se exhibían eran estadounidenses.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario